Cabaña en Siberia, Lugar entrenamiento Isaak y Hyoga

El silencio entre nosotros me permitía escuchar la voz de mi conciencia, voz que era suavemente opacada por el crujir de la nieve bajo nuestras botas en el recorrido hacia la cabaña donde nos conocimos.

En aquél momento no nevaba, ni siquiera soplaba la brisa invernal; el clima era apacible, envidiablemente apacible para el cómo me sentía en aquél momento. Intentaba respirar con calma, logrando mantenerme visiblemente tranquilo, aunque por dentro no me sentía de aquella forma. Estaba algo ansioso, y la culpa de ello la tenía precisamente él.

Observé que la cabaña no parecía ajena o solitaria, a comparación del como la imaginaba; al abrir la puerta comprobé que en efecto, alguien había estado ahí antes, y no sólo eso, sino que además, preparó todo para que alguien se hospedara.

Me pregunté, al entrar completamente en ella y cerrar la puerta, si Hyoga fue quien lo hizo. Su respuesta fue clara e inmediata. Comencé a retirarme el abrigo pues estaba resultando molesto, y lo dejé cerca de la puerta sobre un pequeño perchero de madera.

Me quedé en silencio mientras observaba el interior de la cabaña, impidiendo que los recuerdos de ese pasado distante comenzaran a alborotar nuevamente mi cabeza.

"¿Hace tiempo que no te veo y piensas marcharte enseguida?"

No podía articular aquellas palabras aunque realmente lo deseara. Hyoga no sabía cómo me había sentido tras su última carta, y lo que tuve que obligarme a dejar para estar a su lado.

Me acerqué a la chimenea para sentirle más cerca, pero sin atreverme a tocarlo.

—Recibí tu carta.— Era obvio que lo había hecho y por eso estaba yo ahí, intentando brindarle un apoyo moral que no sabia como expresar, y que ahora, sentía, él ya no necesitaba. —Me preguntaba si estabas bien o si era necesario intervenir de alguna forma. Todavía soy tu maestro.

No sabía qué hacer o cómo reaccionar. Durante años me prepararé con un sólo fin, pero ese fin ya no sería llevado a cabo por él; él era mi sucesor, pero al mismo tiempo, ya no. Él deseaba hacer otras cosas, mientras que yo, yo aún debía servir a mi amada Diosa.

Siendo yo un caballero y él un muchacho común y corriente las cosas cambiaban, las cosas no podían ser de la misma forma aunque yo lo deseara.

Dudé al tomar el asiento, incluso me negué a aceptarlo cuando fui hacia la ventana a observar como caía la nieve allá afuera, dejando unos momentos que el silencio roto por el crepitar de las llamas, se instalara entre nosotros.

—No importa lo que sea Hyoga, si está en mis manos ayudarte, sabes que lo haré.— Mis manos se entrelazaron tras la espalda, en tanto mis ojos aún observaban allá fuera por el nítido cristal.

Pensé mucho al venir aquí, tanto, que no pude disfrutar mi estancia en Grecia como habría querido, porque todo el tiempo mi cabeza estuvo siempre aqui con él; y él, aunque al principio parecía feliz de verme, ahora parece incómodo y frío.

Supongo que este es el fruto que puedo cosechar.