Él día llegó pronto, demasiado pronto para mi propio gusto. Las voces estridentes de mis hermanas me hicieron abrir los ojos de golpe. De pronto sentí como si la burbuja donde había estado volando plácidamente, se rompiera para dar paso a la terrible realidad: mi familia había vuelto a casa.
Me incorporé con el cuerpo tembloroso y adolorido. Estaba asustado, pero más por Rei-chan, que por mi. Seguro no sería nada bueno para él si mis padres nos descubrían juntos. Sin embargo, más tardé en pensar aquello, que en darme cuenta que él se había marchado y que estaba solo en la habitación. Mi corazón se contrajo ligeramente. Tampoco es que esperara que él siguiera alli, quieto, expectante a que despertara. Seguro que sus propios padres estarían furiosos porque no había avisado que se quedaría a dormir en mi casa. Lo normal es que Rei-chan se esfumara en cuanto pudiera para evitar problemas serios. Sin embargo, cuando uno se enamora con la profundidad con la cual yo me enamoré de Rei-chan, el egoísmo se cuela en tu corazón y tu cabeza se llena de ideas absurdas e infantiles.
Sí, ese día mis padres no descubrieron nada de lo que pasó entre nosotros. Eso fue bueno; pero que él se marchara así, sin decir nada... eso fue algo que simplemente no pasaba en los doramas que veían mis hermanas. Aún así, no podía ponerme difícil. Menos cuando salvé el pellejo de que mis hermanas me acusaran de beberme todo su alcohol. Ellas no pudieron reclamar nada porque tenían estrictamente prohibido llevar bebidas alcohólicas a casa. Por consiguiente, nada malo pasó y las cosas que ocurrieron en esa noche, se quedaron sólo en mis recuerdos... y en los de Rei-chan.
No, Rei-chan no se casó conmigo, ni comenzamos una relación de novios. Creo que ambos teniamos aún muchas cosas que pensar y miles más por las cuales luchar, así que nos dedicamos a sacar adelante el club de natación y darnos besos a escondidas siempre que teníamos oportunidad. De cierta forma, sentía que actuabamos como renegados... como rebeldes que se la juegan sin temor a morir. Sí, más o menos eso era nuestro día a día, hasta que la universidad llegó y entonces nos separarmos.
Era realmente imposible que Rei-chan y yo asistieramos a la misma universidad. Él tenía unas notas de campeonato y yo apenas obtuve la puntuación mínima para obtener un par de cartas de recomendación. Él se marchó de Iwatobi para vivir en Tokio y yo terminé enrolándome en una modesta universidad en Osaka.
Como lo dije antes, él no se casó conmigo, ni comenzó una relación en toda la extensión de la palabra a mi lado... pero... tampoco se olvidó de mi. Rei-chan solía escribir constantemente, enviando una carta, sin falta, cada 8 días. Yo era tan holgazán que no le podía seguir el paso. Nunca fui un chico dedicado, y de cierta manera, sentía que escribirle era una forma de caer en un abismo oscuro, sin salida. Aún así, él nunca dejó de escribir, y para cuando terminó la Universidad, me sorprendió con una última misiva.
Me han contratado en Osaka. Llego en tres días. Llevaré refrescos de durazno.Mi rostro se llenó de carmín con tan solo leer aquello. Él ya era todo un abogado titulado con un brillante futuro, mientras yo ni siquiera podía terminar la mitad de mi carrera de Relaciones Públicas. Aún así, viviríamos juntos. Por primera vez, él estaría a mi lado todos los días y todas las noches, para por primera vez enfrentarnos a una vida en común.
Y así hemos seguido. Él sin casarse conmigo; ni siquiera lo menciona... pero... ese comproiso no es tan necesario. Mientras nunca nos falten refrescos de durazno y unos besos dedicados, creo que estaremos bien. Estando juntos, de hecho, siempre estaremos bien.
OWARI